martes, 14 de abril de 2009

La niña está feliz.

La niña está feliz…

La niña está feliz. Su sonrisa es pequeña y curvada perfectamente. Al sonreír  se sonroja  y al sonrojar me mira. Ella sonríe. Su dulzura se despega al no resistir hacerlo, es tan peor su felicidad de ahora, lo hace con tantas ganas que hasta yo le siento lo feliz que es. Disfruta del viento y gira en redor.

 Ella ríe, yo le miro desde un poco lejos. Me regala su sonrisa una y otra vez.  Su naricita es tan pequeña.  Sus labios están perfectamente bien dibujados, son rosaditos y más rosaditos al apretarlos, algunas veces se las note pintadas de rojo, jugaba a ser mayor. Sus dientes son perfectos, uno  bien pegadito del otro; a mí me gustan sus dientes de adelante, o es mejor decir todos, o no losé, será porque es lo primero que tocaría con la punta de mi lengua al besarla, me gustan mucho son tan blanquitos como los dientes de leche de un recién nacido.  Sus ojos son celestes, tan celestes como el crepúsculo. Pareciese tener incrustadas en sus pupilas cuarzos de cristal.

Mira a su derecha, mira  a su izquierda; me gusta  mucho el perfil de su rostro, me encanta. A veces al reír su mirada coqueta se ve lanzar hacia el cielo para después dejarla caer sobre mí haciéndome sentir una sensación que me es muy difícil describirla, pero disfruto esa caída tan hermosa, tan exacta, y empiezo a sonreírle. Yo le miro, ella me mira, los dos nos miramos, tan conectados estamos. Se sonroja y me baja la mirada para lanzármela una vez más. Una lágrima alegre que cae en la mar.

Ella  se levanta de una roca en donde se encontraba sentada muy cerca a la orilla del mar.

Sus manitas son pequeñas, tan tiernas, se mueven tan suavemente. Tan delicadamente como si estudiase muy bien cada meneo que da. Ella empieza a bailar, parece estar bailando  con  las olas del mar, a la vez que canta con su fina voz que nace desde su vientre maduro. Yo le escucho tan atento.  

Se encuentra en la orilla. Sus pequeños piececitos al saltar revientan el vaivén de las aguas. Salpicones de agüitas saladas caen a su alrededor; unos saltan juntos, unos más lejos, unos tras de otros, unos más grandes que otros.

Parecemos niñitos. Yo la llevé a pasear por toda la orilla del mar de la mano. Por un momento ella se alejó de mí, es cuando yo le miraba sentada en la pequeña roca desde donde me regalaba su mirada.

Es una mujer muy exquisita, tan sencilla e inteligente, es ahora una mujer madura.  Sus cabellos se ven jugar tan felices; algunos están trenzados, otros más  libres. Ahora libres y cortados.

Me acuerdo que también de pequeña adoraba  treparse, caminar en las ramas gruesas de los árboles. Yo le acompañaba era tan feliz.  Eran los árboles más grandes. A veces se prendía tanto de uno de los brazos del árbol como diciendo “éste árbol es solamente mío”. Es una mujer que ama la naturaleza. Me gustaba desde entonces. Le adoro más ahora porque no ha cambiado, yo también soy feliz. Ni de trepar árboles, ni dejar de hacer yoga, ni de amar la naturaleza. 

Sus trajes son tan extrañamente bellos, hacen verso con su piel blanca, de vainilla; ahora de fresa madura.

Yo empecé besando tantas beses con mis ojos, sus ojos; lo que no  pude fue besar su frente cuando la conocí. Hoy es parte de mí. Yo no la suelto de mi mano, pues también lo es, también lo es…

Caminan los dos juntos por la orilla del mar, por ahi se van...

Enrique chaz

1 comentario:

cristi dijo...

como siempre ver algo de romanticismo en chaz¡¡¡ mi amigo chaz...
aunque siempre diga que no es poeta...todo bien por ti,...saludos amigo,,
cristi