martes, 19 de mayo de 2009

Un solitario que habla del amor y la muerte

   Y vagas en condenas mías, tan mías. En condenas dulces, ajenas, sabrosas,  a veces hasta ultrajadas sin permiso y sin piedad.

La vida se va paso a pase, y el viento libre tras choca manoseando tu cuerpo frío, blanco, ligero y hasta hermosa… ¡hay! y si tapara con mis manos tu rostro por un momento, habré aprendido tu semblante en mi memoria,  y empezaré a mirar en tus ojos ocultos como el manto de la noche, la mar, y mojarme en ellos,  para después huir reteniendo tu frágil aspecto.

En la orilla pasos húmedos de un triste caminante, solitario, que de ambula sin horizonte, sin orbita, sin sol ni sombra que la siga…

Hay la sombra melancólica dibujada en la oscuridad, la luz a veces la delata: ahí está!

La muerte, la penumbra, hay que nostalgia tan agridulce. Pasos elegantes y  lejanos, sus toscos sonidos ya viejos dan al alma, su  guardería en la oscuridad.

Oh muerte. Muerte más viva, en vida es la más dura y fatal. Es una muerte sencilla la de los humanos simples, pero el del verdadero hombre, aquel que ha sabido vivir, ha muerto en vida muchas veces, como muerto en vida muchas veces, tantas veces ha vuelto a la vida misma para asustar y correr a la muerte.

Vida, que la muerte no te asuste, que te comprenda, y ni te sorprenderá. ¡Hay!  ¿y el amor?, el amor déjalo fluir sobre ti, llénate de el, y después déjalo asistir en otro cuerpo amante para compartir… Hasta el mejor de los extraños amores, matan en vida.

Enrique chaz

miércoles, 13 de mayo de 2009

La flor que nació en la orilla de la mar














Es tarde, salí a caminar un rato. La luna esta haciendo cada vez notar su presencia. La briza me enfría el cuerpo. Me he puesto a pensar mucho; el pasado ha traído a mí ser, un presente muy comprometedor.
Solía caminar a menudo por las orillas de la mar, a relajar los pies o a disfrutar de su encanto. Esta vez me aventure a hacerlo, después de casi un mes.
Ya se van viendo borrados a lo lejos mis pasos. He caminado más de 15 minutos. No he llegado a nada. Ni a nada llegaré si no tengo las ganas de hacer lo contrario.
Todos pensaran, que hombre infeliz camina por las orillas de la mar, a estas horas de la noche y a solas. Torpemente tropezando con las pequeñas dunas de arena. Todo se va haciendo a la mar, que va y viene con sus congeladas aguas. No sé mucho de la vida, pero se mucho de vivir.
En fin, me detengo inesperadamente, como si algo me obligase a hacerlo, sin quererlo, ni sentirlo. Me siento en la arena. Observo el horizonte, todo se muestra muy fastuoso y tímido, todo está casi a oscuras, salvo, las zonas en que la luna derrama su luz. Alguna vez vine a estas horas acompañado. Ahora ya no hay rostro femenino reflejado en las aguas, ni mano que apresar con temeridad, y ni cabellos del cual respirar su aroma, no hay nada, más que la tímida luna que se refleja en ella. Pienso mucho. A mi alrededor, la penumbra oculta nostalgia. Hago hacia atrás mi cuerpo y me dejo caer sobre la arena. Las aguas mojan airosamente mis pies y se vuelven hacia dentro. Vuelvo mi rostro a mi derecha y ante mis ojos, una flor. Lo más hermosa, lo más viva, lo más radiante. Me digo: no estuve sólo en esta noche cruda, oscura y acongojada; alguien oía mis pensamientos, alguien estaba a cerca de mí: una flor increíblemente nacida en la orilla de la mar; en una tierra que no es su tierra.
Chaz