miércoles, 13 de mayo de 2009

La flor que nació en la orilla de la mar














Es tarde, salí a caminar un rato. La luna esta haciendo cada vez notar su presencia. La briza me enfría el cuerpo. Me he puesto a pensar mucho; el pasado ha traído a mí ser, un presente muy comprometedor.
Solía caminar a menudo por las orillas de la mar, a relajar los pies o a disfrutar de su encanto. Esta vez me aventure a hacerlo, después de casi un mes.
Ya se van viendo borrados a lo lejos mis pasos. He caminado más de 15 minutos. No he llegado a nada. Ni a nada llegaré si no tengo las ganas de hacer lo contrario.
Todos pensaran, que hombre infeliz camina por las orillas de la mar, a estas horas de la noche y a solas. Torpemente tropezando con las pequeñas dunas de arena. Todo se va haciendo a la mar, que va y viene con sus congeladas aguas. No sé mucho de la vida, pero se mucho de vivir.
En fin, me detengo inesperadamente, como si algo me obligase a hacerlo, sin quererlo, ni sentirlo. Me siento en la arena. Observo el horizonte, todo se muestra muy fastuoso y tímido, todo está casi a oscuras, salvo, las zonas en que la luna derrama su luz. Alguna vez vine a estas horas acompañado. Ahora ya no hay rostro femenino reflejado en las aguas, ni mano que apresar con temeridad, y ni cabellos del cual respirar su aroma, no hay nada, más que la tímida luna que se refleja en ella. Pienso mucho. A mi alrededor, la penumbra oculta nostalgia. Hago hacia atrás mi cuerpo y me dejo caer sobre la arena. Las aguas mojan airosamente mis pies y se vuelven hacia dentro. Vuelvo mi rostro a mi derecha y ante mis ojos, una flor. Lo más hermosa, lo más viva, lo más radiante. Me digo: no estuve sólo en esta noche cruda, oscura y acongojada; alguien oía mis pensamientos, alguien estaba a cerca de mí: una flor increíblemente nacida en la orilla de la mar; en una tierra que no es su tierra.
Chaz

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