domingo, 23 de noviembre de 2008

CRÖNICA: “La pasión de un artesano”

“La pasión de un artesano”

¡Terminó de pulir la madreperla, dándole la forma artísticamente de un colmillo!

Sus lijas ásperas, apretadas por los dedos de  “El Peruano” contra el colmillo, le dieron un alargado y fino brillo, que se dejaba contemplar  por  toda su silueta, que medía más o menos un dedo meñique. Aquél majestuoso brillo de las madreperlas, le iban acompañar hasta hoy  aproximadamente 20 años dedicados a la artesanía.

El martes 21 de noviembre había terminado en su casa –casi al atardecer- de diseñar dos collares, muy ataviados ellos; le dedicó cerca de 1 hora a cada una.

“El Peruano”, apelativo de Ricardo. Lo apodaron así, sus amigos, tras ver que diariamente su indumentaria tenía  los colores representativos de la bandera Peruana: Polo blanco, con letras rojas que decían “soy peruano” y un buzo como su sangre.

De niño cavilaba un sueño: ser un gran abogado ¡sí! un excelente abogado, que haría cumplir las leyes más justas y más justas que las leyes del hombre, las leyes de dios padre: El pensamiento de la verdadera justicia.

Estudió en el colegio San José de la ciudad de Chiclayo, lugar donde nació, hasta los 12 años. En las aulas aprovechaba la ausencia de los profesores y el bullicio de sus compañeros que hacían al jugar, para crear sortijas, dijes, y collares; ya que empezó a trabajar de ayudante de un artesano; lo que aprendía y lo que ganaba los utilizo para hacer sus propias creaciones.

Toda su ilusión de ser un ilustre “Defensor de las leyes”, quedó en una mera ilusión de niño, quedándoselo el tiempo. Su madre no tenía para pagarle los estudios, y su padre murió a los 27 años, a causa de una tuberculosis que adquirió en un hospital de la ciudad, ello lo obligó a dejar los estudios -éste es uno de aquellos “golpes de la vida” de los que alude el Poeta Cesar Abraham Vallejo Mendoza, en su poema “Los Heraldos Negros”-, pero esto no fue obstáculo para realizarse; siguió adelante y el destino y su juventud lo llevaron por un camino al arte, lo que más le gustaba hacer y no había descubierto hasta entonces: ser un artesano, un creador de artes, de artes.

En los años 70, siempre sentado en una banca de madera, acompañando a su madre, se daba el gusto de admirarla, por lo mucho que hacía para darles, junto a su otro hermano, la mejor educación. Ella se llama Juana, en ese entonces tenía 23 años. Trabajaba lavando ropa; cada vez que se disponía a cumplir con su labor, no faltaba la radio, que trasmitía el boom de la música romántica, con esos tonos sentenciosos que envolvían a cualquiera: Los iracundos, Leo Dan, Danny Daniel, Rafael y otros que causaban en su joven madre, cantarlas en voz alta y melodiosa, como si cada letra que dejaba escapar intencionalmente del fondo de su corazón, describiera parte de su vida, latido tras latido.

Después de dejar los estudios, el señor artesano se lo llevó por varias ciudades, uno de ellos es “José Olaya” un lugar en la Capital, en donde, se exhibía artesanía para los turistas, quienes demandaban bastante estos productos y a excelentes precios.

De regreso a Chiclayo, y con la suficiente capacidad para hacer lo suyo, empezó a vender. El primer lugar en donde se instaló, fue al costado del Municipio de Chiclayo, ahí junto a otros colegas, empezó a sentirse en linaje.

El tiempo pasó, y también aprendió orfebrería, apasionándose más en su arte. Y como si justificara la frase del célebre Oscar Wilde “Todo arte es inútil”, sentía que parte de su ser, era lo que vendía, pero le satisfacía que su arte sea apreciado por el público, quien con deleite los llevaban en su cuerpo.

Piedras ónix, piedras lapislázuli, piedras serpentinas, nácar, madreperlas, cachos de toros, cuero, cáscaras de coco y todo lo que ofrece la madre naturaleza, las transforma en dijes: cruces egipcias, colmillos, octógonos y en diversidad de formas y figuras; para ser utilizadas en el cuello o como pulseras.

Junto a sus compañeros, se trasladaron unos años más tarde,  a uno de los pasajes de  Woyke. Ahí en donde las noches frías, iluminado en determinados sectores, era el recinto de jóvenes prostitutas, lo convirtieron en un pasaje de artesanos.

Ricardo, hoy tiene 35 años, trabaja exhibiendo su artesanía en uno de los pasajes de Woyke. Tiene 2 hijas: Darma de 10 y Carla  de 8 años, a quienes solo puede dedicar su amor de padre, los fines de semana, porque su trabajo y el colegio, son obstáculos imperantes en no dejarlo disfrutar alegremente de sus pequeñas.

El vender artesanía le permitió conocer personas muy agradables, de distintos lugares del Perú y del mundo; el idioma no era obstáculos para entablar conversaciones con ellos y promocionar su arte. Ahí españoles, franceses, americanos, y canadienses confían en su arte, como en su persona.

En pasaje Woyke desde entonces ya era una aventura, más que un pasaje de artesanos, que regocijaba como si fuese su segunda casa. Respirando aire fresco, era el lugar exacto para sentirse libre de cualquier problema, de hacer lo que más le gustaba: “Ser un artesano”.

Enrique chaz

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